La formación ciudadana en una escuela del DF

La jornada Gilberto Guevara Niebla Ver el artículo original

Hace unos días apenas, en la Universidad Pedagógica Nacional (UPN), Ajusco, se hizo la presentación del libro de Lucía Rodríguez Mc Keon, La configuración de la formación ciudadana en la escuela. Análisis de un caso en educación secundaria (UPN, 2009). Se trata de un estudio de análisis del discurso que se fundó en entrevistas, observaciones y revisión de documentos. El caso estudiado es una escuela pública, antigua, de prestigio, ubicada en Xochimilco. El propósito fue, por conducto del análisis del discurso de los actores, revelar las prácticas formativas de la ciudadanía, asumiendo que el discurso es el principal regulador de las actividades en la escuela. El resultado fue sorprendente. Se logró descubrir toda una vida escolar que permanecía oculta detrás de lo que la mayoría identifica como normalidad. La escuela objeto de estudio es un claustro que defiende una serie de valores que son ilustrativos. Por ejemplo, ¿qué es un alumno positivo? Es aquel que obedece al profesor, que no se mueve, que no cuestiona, que no hace travesuras, etcétera, etcétera.

Los maestros y el director están orgullosos de la historia de su escuela, pero temen al cambio. Saben que viven en un entorno acelerado de transformaciones (televisión, videojuegos, computadoras, renovación acelerada de modas en la cultura del consumo, individualismo acusado entre los alumnos, etc.), pero se oponen a renovar las reglas y el discurso de la institución. Ante el cambio, reafirman la tradición. Ellos ven las nuevas realidades del entorno como nocivas para los alumnos. La autora afirma: ante las presiones del exterior el plantel ha decidido establecer un estado de clausura, de encerramiento ante el entorno. El objetivo es seguir siendo una buena escuela. El principio motor de la vida escolar es la idea –manifestada por la dirección– de que el alumno debe ser alguien en la vida, debe ocupar un lugar en oposición a no ser nadie.

“Ser alguien en la vida –dice una maestra– es quien ha ocupado un lugar dentro de la sociedad, a base de esfuerzo, a base de trabajo, a base de sacrificio”. Este es un ideal convencional de movilidad social y meritocrático de eficacia discursiva. Para hacer del alumno un hombre exitoso, lo que se establece en la escuela es una regla universal de que sólo se admite lo absolutamente escolar. Si los estudiantes se besan en el jardín, se les sanciona, aunque los aludidos manifiesten que hay acuerdo mutuo en el acto.

Lo que digo –dice la directora de la escuela– es que lo que está descontextualizado es el nivel de pláticas, el nivel de atrevimiento al que quieren llegar, niños que se atreven ya a querer tocar a sus compañeritas; eso significa que las cosas están en un nivel, digamos, en donde ya no se guardan las formas… ahora ya no tienen recato, ahora cualquier niño, sí, cualquier niño, es capaz de contestar con agresividad cuando se le pide que respete a la compañera y dice así nos llevamos.

La escuela es para estudiar conocimientos, no para aprender sexo. Se busca una uniformidad y se sacrifica la diferencia. Si los alumnos llegan con el pelo largo, o con picos, o si se cuelgan piercings se les sanciona, porque eso rompe con la decencia básica. Está prohibido todo vestido extravagante. Se trata de una normalidad que inhibe toda libertad entre el alumnado. Los estudiantes viven molestos porque la enseñanza en la mayor parte de los casos se basa en la copia y el dictado. Ante los modelos falsos que les ofrece a los jóvenes la televisión, los profesores bombardean a los alumnos con modelos buenos (personas o personajes que se han ganado un lugar en la sociedad con base en el esfuerzo y la buena conducta).

Los alumnos critican –les aburre– la reiterada moralina de los docentes (“deben portarse bien y estudiar para tener éxito, deben pensar en el futuro, etcétera), a lo que ellos llaman el choro. No se trata de descalificar este discurso en sí mismo, sino observar que es un discurso que el alumno no asimila por sí mismo, sino que se le trata de imponer desde fuera. Lo que la escuela niega, lo que la escuela combate es la autonomía del alumno, la libertad para ser diferente, la capacidad de auto-expresión, etc. En cambio, se propone formar un ciudadano pasivo, obediente, trabajador, devoto del orden y la jerarquía, entre otras cosas. Por fortuna hay profesores que –discretamente– rompen la regla y ofrecen a los alumnos un trato respetuoso, los dejan hablar, dialogan con ellos tomando en serio sus argumentos, etcétera. Una excepción en los márgenes de la institución, que, sin embargo, ofrece cierta esperanza de cambio.

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