Enfrentar misoginia de maestros, el mayor reto


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La Jornada
Jueves 14 de febrero de 2013, p. 3
Laura Poy y Ariane Díaz

Mujeres en el poli.

Destacar, asunto de cerebro, no de pantalones, señalan.

Enfrentar misoginia de maestros, el mayor reto.

Sueñan con construir presas, puentes, o revolucionar la programación computacional. No le temen al manejo de electricidad, al uso de materiales químicos ni a las operaciones matemáticas de alto nivel. Están dispuestas a sacrificar su apariencia y vestir casco, chaleco y botas industriales, llenarse de sudor y trabajar en túneles profundos.

Hoy están en las aulas y laboratorios del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y se preparan para ser las futuras ingenieras de este país. A su lado, profesores y compañeros dan cuenta de su esfuerzo, de sus ideas novedosas, brillantes.

Nacida en una familia de ingenieros, Ana Laura –estudiante de tercer semestre de ingeniería civil en la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura– comenta: no me gusta terminar sudada, mugrosa luego de realizar prácticas a varios metros de profundidad, pero la idea de estar algún día al mando de una cuadrilla de trabajadores en una construcción la motiva.

Con 1.50 metros de estatura, esbelta, de cabello y rostro trigueños, que revelan sus primeras prácticas profesionales al rayo del sol, afirma: yo me quiero ver ahí, en la obra. No temo estar al frente de los obreros.

Reconoce que más que realizar cálculos matemáticos complejos o el desgaste físico, el principal reto ha sido enfrentar la misoginia de los profesores. Principalmente los muy mayores, quienes, lejos de alentarlas, las mandan a lavar los trastes o cambiar pañales, porque la ingeniería es cosa de hombres.

En la Escuela Superior de Ingeniería Química e Industrias Extractivas, donde se forman los químicos industriales, petroleros y metalúrgicos, ellas también están presentes.

Para mí lo es todo, dice Daniela, alumna de ingeniería química e industrial, quien desde que estaba en la vocacional lidió con profesores que le dijeron que no podría ser ingeniera. Terminé con uno de los mejores promedios y ya estoy en sexto semestre.

Como ella, cientos de chicas han optado por carreras que en casa se consideran sólo de hombres. En sus salones suelen ser las únicas entre más de 30 varones. Destacar no es asunto de pantalones, sino de cerebro, dicen.

Y para muestra, su caso: su ex novio y compañero de clase decidió presentar el proyecto de ella como propio, al darse cuenta de que era mucho mejor. Al final la relación terminó y ella se las ingenió para presentar otro trabajo.

Las jóvenes aseguran sentirse cómodas en un ambiente masculino. Definen la relación con sus compañeros como respetuosa y de reconocimiento mutuo.

Pero no siempre fue así. Hasta hace unos años, cuando una chava pasaba por la cafetería era un chifladero, pero de un tiempo para acá ya no sucede, recuerda Aarón, estudiante de la Esime Zacatenco.

La integración se da muy bien. Más que hombres y mujeres, somos compañeros, aunque sí es difícil para ellas cuando los profesores las acosan. Por lo mismo tratamos de no dejarlas solas en los salones; nos volvemos paternales, explica.

Para Christián, alumno de la Escuela Superior de Física y Matemáticas, al principio ellas se aíslan del grupo, pero cuando logramos comunicarnos todo fluye bastante bien; nos vamos de fiesta y todos somos iguales.
Hoy los estudiantes no sólo las aceptan, también admiran sus capacidades como ingenieras. Es bastante divertido trabajar con mujeres, porque tienen una sutileza que la mayoría de nosotros no tenemos, agrega.
A veces en clase nos plantean ciertos problemas, y si ellos no saben resolverlos, cuando alguna de nosotras hace una propuesta se sorprenden y nos lo reconocen, dice Ana Laura.

Cristina cursa el primer semestre de ingeniería en comunicaciones y electrónica en la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica Eléctrica (Esime), con el propósito de dedicarse a la programación.

Soy la tercera de la familia que quiere esta carrera y la única mujer que toma la decisión de estudiarla, comenta. Sí, es difícil que a una mujer le fascine la programación; la mayoría deserta en los primeros semestres por miedo a las matemáticas, pero en realidad somos muy buenas.

Dora Elia Musielak, experta aeronáutica e investigadora de la NASA desde hace más de tres décadas, se convirtió en 1978 en la primera mujer en graduarse como ingeniera aeronáutica en América Latina.

Luego de triunfar en su carrera profesional, recomienda a las nuevas generaciones de ingenieras no perder tiempo o esfuerzo en conversaciones que perpetúan las ideas falsas acerca de las mujeres; deben cerrar sus oídos a quienes les digan algo negativo.

De su época de estudiante, recuerda ser la única mujer en las clases. El ambiente era muy diferente al de ahora, todos mis compañeros eran hombres. Mis profesores estaban extrañados, perplejos al ver a una chica en sus aulas, porque no estaban acostumbrados. Claro que me exigían mucho más. Me da gusto que demandaran tanto intelectualmente, porque eso me hizo esforzarme y llegar más alto en mis estudios.

Pese a sufrir discriminación y acoso de profesores que aún consideran que el espacio natural del sector femenino es el hogar y no una planta petroquímica, las politécnicas demuestran su capacidad día a día.
En los hechos, los mejores promedios son de mujeres; ellas son quienes tienen los premios, las becas, sostiene Martha Alicia Tronco Rosas, directora de la Unidad Politécnica de Gestión con Perspectiva de Género de esa casa de estudios. Las nuevas generaciones saben que no es cuestión de género, sino de ideas, y sostienen que sus compañeras tienen la misma habilidad para conectar y hacer cálculos, e incluso pueden ser más metódicas y certeras, dice Aarón.


Empleo, desigualdad

Isabel, egresada de la carrera de ingeniería en comunicaciones y electrónica, con 10 años de experiencia laboral, recuerda que su formación en el IPN fue tranquila, sin diferencias con mis compañeros varones, pero al salir al mercado laboral la situación fue diferente.

Vivió la discriminación por género en la piel. Recuerda que aunque demostró tener conocimientos y capacidades para el manejo de diferentes equipos, nadie quería darme empleo por ser mujer. Decían que era mucho problema para el trabajo de campo, porque debían pagar gastos adicionales, como una habitación de hotel sólo para mí, pues era la única mujer en el equipo.

En su especialidad, que implica la instalación de equipos de comunicación para las redes de celulares o de transmisión de señales, “hay muy pocas colegas. La principal dificultad es que se debe viajar por toda la República, llevar los equipos –que pesan mucho– a lo alto de un cerro, lo que demanda mucha fuerza física”. Pese a estos retos, Ana Laura, Cristina y Daniela afirman que su paso por las aulas del Politécnico es una de las mejores etapas de sus vidas, y se ven, en unos años, construyendo presas, puentes; sueños que siempre quisimos alcanzar.

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