Juventud sin caminos


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PROCESO
DIEGO ENRIQUE OSORNO
28 DE NOVIEMBRE DE 2012

Relegados socialmente, los jóvenes del país viven una de las peores etapas para su generación en la historia nacional: sus oportunidades son mínimas en los ámbitos educativo, político, laboral y de salud, además de que son carne de cañón para el crimen organizado y atractiva clientela para los surtidores de droga. Ante esta realidad que viven quienes suelen ser designados con el banal lugar común de “futuro de la sociedad”, el fotógrafo y diseñador León Muñoz Santini recorrió distintas zonas del país para retratar las condiciones en que viven alrededor de 3 mil jóvenes. Con este material y el apoyo de Conaculta realizó el libro Horizontales y verticales. Adolescentes de México, de próxima aparición y en el que mediante fotografías y entrevistas se reflejan las preocupaciones, realidades e ideales de los muchachos. Con autorización del sello editorial Alas y Raíces se presenta aquí el texto escrito por el reportero Diego Enrique Osorno como introducción a la obra.

MÉXICO, D.F. (Proceso).- El mundo de un adolescente mexicano de hoy es un mundo brusco. En especial cuando se mira desde San Fernando, Tamaulipas, Ciudad Juárez, Chihuahua, o La Huacana, Michoacán, donde la muerte va ganando el juego de la vida. Algunos chicos de estos lugares aparecen retratados aquí con rostros de risa y vértigo. Mientras hacemos el viaje al que nos lanza León Muñoz, los vamos conociendo. Viven en sitios donde no solamente hay un mundo alimentando de horror la cotidianidad. Si se les mira con el corazón, en sus ojos veremos cómo se trasluce una brusquedad que es todavía más dramática que la realidad gore de su entorno. Estos mexicanos del mañana transcurren su adolescencia en sociedades en las que las libertades civiles, en lugar de fortalecerse, retroceden desde hace unos años. Si los alumnos del Colegio Madrid estudian entre noticias de que en su ciudad, el Distrito Federal, ahora hay más derechos para minorías como la homosexual o para que las mujeres puedan abortar, en San Fernando, Tamaulipas, los muchachos ni siquiera tienen derecho de leer en los periódicos locales amenazados, la noticia mundial de que el día anterior fueron hallados 72 migrantes masacrados en un galpón de su pueblo. A la agonía de la libertad de prensa en sitios como en San Fernando, se suma la de la libertad de tránsito, la de la libertad empresarial y varias más, incluida hasta la de un sueño manso. Esta desproporción entre el Distrito Federal y muchas otras ciudades y pueblos del país no es nueva. Pero está más marcada que nunca a causa de los años de violencia enloquecida con los que acabó la primera década del siglo XXI.

En algún momento del libro un chico dice: “El que no usa Facebook, no vive”. Eso es cierto y quizá ya no resulte tan llamativo a estas alturas de la pandemia facebokera. Casi cualquiera que pueda comprar un plato de comida a diario, tiene la posibilidad de acceder hasta la médula de ese entramado de ilusiones ópticas que, sin embargo, cada vez produce más de nuestras realidades objetivas. Lo que llama la atención es que cuando alguien dice “El que no usa Facebook, no vive” y es de Ciudad Juárez –donde la palabra vida es desafiada a diario por la palabra muerte– podemos ponernos a reflexionar, quizá hasta a apreciar, lo que significa la realidad virtual de Facebook en espacios en los que las calles, muy seguido, son zonas de guerra, o sea, zonas de destrucción y dolor.

–¿Cómo describirías el mundo que te rodea? –pregunta León a otro chico de Ciudad Juárez.

–Casi no salgo –le responde.

Otra forma de encarar el reto de la realidad es volver a los lemas populares que nos han dado patria y extraer de ahí un poco de actitud de combate. Uno de los muchachos retratados de Tijuana dice en el libro: “Yo tengo una frase: Aquí en México tienes que chingar y rechingarte para ser alguien, viendo para arriba, porque viendo para abajo tienes que chingarte a alguien”.

Sin embargo, hay que tener cautela. La descripción del ánimo que había al momento en el que fueron hechos los retratos de este libro, quizá pueda ser otra construcción subjetiva de quienes estamos enfrascados a diario en tratar de captar y generalizar “la realidad”. Lo pienso después de leer la respuesta que le da a León un muchacho de San Fernando, Tamaulipas.

–¿Cómo describirías el mundo que te rodea?

–Gracias a Dios a mí me va bien.

¿Estamos seguros de que no hay entre los adolescentes retratados en este libro, alguno que volverá a aparecer después ante nuestros ojos, pero ahora en la calle de enfrente cargando un cuerno de chivo en los brazos?, o bien, ¿en la televisión, con el rostro parco que suelen tener los detenidos cuando son presentados públicamente por la policía? No podemos estar seguros de ello. El futuro en México es muy tramposo con sus esperanzas.

Quizá lo más lamentable de la situación que padecen muchas ciudades y pueblos de donde son los chicos retratados en este libro, no es que las autoridades hayan sido rebasadas por su propia incompetencia, sino que todavía no puedan explicar de forma convincente a las sociedades que gobiernan lo que está causando, en el fondo, esta violencia actual. Cuando una persona padece una enfermedad, el momento más difícil es aquél en el cual no se sabe qué es lo que causa tan grave malestar. Y mientras se espera a que le den un diagnóstico, la zozobra se vuelve insoportable e incluso se convierte en otra enfermedad en sí misma. Eso pasa con ciertos lugares de México. Hay muchos síntomas y dolores pero aún no se determina cuál es la enfermedad padecida.

En Los muchachos perdidos (Debate, 2011), Humberto Padgett hace el esfuerzo de dar un diagnóstico sobre dicha enfermedad, desde la perspectiva de las juventudes atrapadas por el mundo de la criminalidad. Padgett informa que más de la mitad de los adolescentes criminales del Distrito Federal crecieron en hogares con un alto grado de marginación, mientras que seis de cada 10 lo hicieron con la presencia exclusiva de la madre, cuya formación educativa suele ser mínima. “Abandonan la escuela durante la secundaria. Buena parte de ellos vivieron en casas con un solo cuarto. Muchos conocieron la violencia desde muy pequeños, con sus padres”, dice en el libro Raquel Olvera, directora de Tratamiento a Menores en la Ciudad de México.

Papás y mamás de los mexicanos del mañana también son retratados en este viaje fotográfico por nuestro país adolescente. No miramos sus rostros maduros de forma directa, pero aparecen gracias a otra virtuosa forma con la que León ha hecho este trabajo que también es un intento de diagnóstico de nuestra enfermedad. León, además de la mirada, emplea su oído para, entre foto y foto, escuchar con atención a sus más de 3 mil muchachos retratados y colocar luego, a lo largo de este libro, una interesante selección de las respuestas que le dieron. Cuando les pregunta acerca de la ocupación de sus padres, en Monterrey como en ningún otro de los lugares recorridos por León y su cámara, el mosaico de respuestas de los muchachos es tan diverso y a la vez peculiar. En la antes llamada Sultana del Norte, tenemos a un hijo cuyo papá es Presidente de la banca patrimonial de Banamex, mientras que su mamá es ama de casa; a otro cuyo papá falleció y cuya mamá vende comida. De entre ese listado sólo hay dos madres que repiten “oficio”. La del chico que responde que la suya no hace nada porque su papá murió y ella heredó una fábrica gasera, y la del hijo del vicepresidente de un equipo de fútbol, quien explica que su mamá –literalmente– no hace nada.

Hace tiempo conocí en Colombia a Gustavo Bolívar, escritor de la telenovela Sin tetas no hay paraíso, cuya trama gira sobre adolescentes de ciertos barrios de Medellín poco interesadas en estudiar y desesperadas por ver crecer sus senos para conseguirse un novio narco. “Una niña –me explicó Bolívar– prefiere salirse del colegio a conquistar el mundo y ganar dinero en las fincas de los narcotraficantes porque considera que el estudio no sirve para nada, eso mismo pasó con los sicarios. Es decir, tengo dos opciones: estudiar 15 años para que el Estado me dé un sueldo de miseria por ser un médico; o me enriquezco matando a otra persona por 10 mil dólares. Esa es una de las herencias que ha dejado el narcotráfico.”

A Alonso Salazar también lo conocí en aquel viaje. En ese momento era alcalde de Medellín, pero una década atrás, en los noventa, durante los años de Pablo Escobar, Alonso había hecho una notable investigación de los chicos de los barrios marginales que se dedicaban al sicariato. No nacimos pa’ semilla, el libro resultado de su investigación, pertenece a una saga que Fernando Vallejo llevó a su máxima expresión con la novela La Virgen de los Sicarios. En No nacimos pa’ semilla, Alonso dice que “los sicarios suicidas, si así se les puede llamar, no son un producto exótico. Son el resultado de una realidad social y cultural que se ha desarrollado frente a los ojos impávidos del país”. De acuerdo con el escritor y político, los muchachos encontraban en la violencia y el narcotráfico una posibilidad de realizar sus anhelos y de ser protagonistas en una sociedad que les había cerrado las puertas. “El sicario pone en evidencia nuestra sociedad: ‘Para conseguir el billete se hace lo que sea’. Ellos son sólo la llaga, la manifestación externa de una enfermedad que recorre todo el cuerpo social”.

Cuando lo conocí y hablamos en su despacho de la alcaldía con vista a las bellas montañas de Medellín, le pregunté sobre qué había hecho él, ahora como gobernante, para abrir a esos muchachos las famosas puertas cerradas. Me habló, entre otras cosas, de un exitoso programa de televisión oficial llamado Arriba mi barrio, a través del cual visitaron zonas bastante inaccesibles debido a la violencia de ese tiempo. Al llegar, la gente les pedía que no se hablara de sus problemas, sino de sus orgullos, de sus calidades. Para ello ponían la calle más bonita para que el programa se transmitiera desde ahí y presentaban a los adolescentes trabajadores e interesados en el deporte o el arte. Estaban invocando que su dignidad y no sus desgracias fueran lo que conociera el resto de la ciudad, la cual imaginaba a los habitantes de estos “territorios del crimen” como auténticos monstruos. El resto de la ciudad los vio en directo y comenzó a entender la humanidad que había ahí. Medellín se conoció más. Supo cuál era su enfermedad y ahora es una ciudad que cambió los altos índices de violencia por los de la esperanza.

Este admirable esfuerzo de León Muñoz representa algo parecido en medio de nuestra barbarie. Gracias a él podemos ver a muchachos mexicanos en una situación digna, aunque sepamos que su entorno está impregnado por una brusca vileza. Horizontales y verticales puede verse de muchas formas, por supuesto, pero por lo ambicioso del proyecto (los chicos retratados van desde Mérida hasta Los Cabos) y la calidad con la que se concreta, es posible decir que este libro permite que los mexicanos del mañana se conozcan. Que se miren y los miremos a los ojos. Que tratemos de descifrar sus sonrisas. Que los conozcamos y, por ende, que también nos conozcamos a nosotros mismos para iniciar de una vez el camino hacia el alivio.

No todo está perdido. Hay un mañana. Y hay unos mexicanos que se aproximan a él. Por aquí podemos asomarnos a verlos. Esos héroes nuestros ya vienen y parecen decirnos: Libraremos las trampas que nos ponga el futuro mexicano. Después de tanta muerte, la vida va a ganar.


Sin sanitarios, 7 de cada 100 alumnos de primaria; en prescolar 1 de cada 4, sin agua


http://www.jornada.unam.mx/2012/11/26/sociedad/039n1soc

La Jornada
Karina Avilés
Lunes 26 de noviembre de 2012, p. 39

Presenta el INEE Educación en México: estado actual y consideraciones sobre su evaluación.

Niños del área rural e indígena reciben los servicios educativos de menor calidad Uno de cada cuatro alumnos de prescolar carece de agua y uno de cada seis no tiene luz; en primaria, siete por ciento de los planteles está en la oscuridad, siete de cada 100 no tienen sanitarios, dos por ciento no cuentan con salones y a una quinta parte le falta el agua. De cada 100 telesecundarias, 26 no cuentan con el vital líquido, ocho no tienen baños, cinco carecen de energía y cuatro no disponen de aulas. Y en bachillerato, 50 por ciento de los directores sostienen que en sus planteles no hay suficientes computadoras, aulas, equipo de laboratorios y ni siquiera libros.

En el reporte Educación en México: estado actual y consideraciones sobre su evaluación, el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) precisa lo anterior y advierte que las condiciones que el sistema educativo ofrece para la enseñanza y el aprendizaje son marcadamente desiguales, siempre en demérito de las poblaciones socioeconómicamente más vulnerables. Enfatiza, asimismo, que los alumnos más vulnerables del país, en particular los niños del área rural e indígenas, reciben los servicios educativos de menor calidad: maestros con poca experiencia, quienes deben atender de manera simultánea a alumnos de distintos grados en escuelas con infraestructura y equipamiento insuficientes.

El INEE señala que en prescolar la carencia de servicios se concentra en zonas rurales y se agrava en prescolares indígenas y comunitarios. Estos últimos representan 33 por ciento de las más de 90 mil escuelas de ese nivel.

La enseñanza primaria, integrada por casi 15 millones de alumnos y alrededor de 100 mil escuelas, evidencia, al igual que los otros subsistemas, la desigualdad y las brechas educativas: mientras 56 por ciento de las primarias generales cuenta con al menos una computadora, sólo uno de cada 100 planteles comunitarios tiene al menos un equipo.

En el país, 57 por ciento de las primarias que disponen de al menos una computadora tiene conexión a Internet. Pero para las primarias indígenas la cifra se reduce a 30 por ciento y a 8 por ciento para las comunitarias. Por entidades, las diferencias son amplias: en tanto que en Sonora y en Distrito Federal, 87 por ciento de esos planteles tienen una computadora, en Chiapas y Guerrero apenas dos de cada 10 escuelas cuentan con ese recurso.

En secundaria existen más de 36 mil 500 escuelas en las que estudian cerca de 6.2 millones de adolescentes. Aunque del total de planteles la mitad corresponden a telesecundaria (18 mil 250), en una de cada cinco uno o dos maestros atienden a los alumnos de los tres grados y al mismo tiempo la dirección de la escuela. Todas las secundarias comunitarias son unitarias.

También aquí sobresalen las desigualdades: mientras 84 por ciento de las secundarias generales y técnicas cuentan con al menos un equipo de cómputo, para telesecundarias la cifra cae a 68 por ciento y para las comunitarias desciende hasta 16 por ciento.

La educación media superior se integra por más de 15 mil planteles que atienden a 4.3 millones de jóvenes. Cincuenta y ocho por ciento de las escuelas se concentra en zonas urbanas y buena parte de la oferta en las grandes ciudades depende del sostenimiento privado. No obstante, las escuelas del gobierno federal participan marginalmente en la atención de las poblaciones rurales.


El nuevo gobierno debe parar la era de la evaluación, coinciden especialistas


http://www.jornada.unam.mx/2012/11/05/sociedad/042n1soc

Periódico La Jornada
Karina Avilés
Lunes 5 de noviembre de 2012, p. 42

La prueba de la SEP, inútil para detectar conocimientos y competencias: Olac Fuentes.

Sería un acto de prudencia reconsiderar esta estrategia, e incluso regresar a lo que funcionó.

El gobierno de Enrique Peña Nieto debe hacer un alto en el camino en la aplicación de lo que se ha denominado la era de la evaluación impuesta en los dos recientes sexenios del PAN, pues se trata de una política que no sólo ha traído malos resultados, sino que ha generado costos más grandes que los supuestos beneficios y, sobre todo, la imposibilidad de implementar estrategias que sí sirvan para saber lo que ocurre en la escuela, coincidieron en señalar expertos el tema.

En este contexto, los especialistas advirtieron que la evaluación universal –que tuvo un costo de 30 millones de pesos, de acuerdo con la Secretaría de Educación Pública (SEP)– es inútil para el objetivo que fue creada, esto es, para detectar las áreas del conocimiento en las que los maestros no están bien formados y, en función de ello, darles capacitación.

En entrevistas por separado, el ex subsecretario de Educación Básica y Normal Olac Fuentes Molinar, destacó que mientras existe un movimiento internacional en torno a la necesidad de revisar los efectos que ha traído consigo la política evaluativa en los sistemas de enseñanza, en nuestro país se sigue aplicando a pie juntillas.

Sin embargo, enfatizó, sería un acto de prudencia y de responsabilidad del nuevo gobierno reconsiderar esta estrategia, innovar e incluso regresar a aquellas cosas que funcionaban mejor. Cuesta mucho menos hacer esto que lanzarse con la continuidad o con nuevas improvisaciones. Y lo mismo pasa con la acción de introducir a lo loco computadoras en las aulas, puesto que la investigación educativa ha evidenciado efectos muy poco positivos.

El experto en políticas educativas destacó que evaluar el desempeño profesional a partir de un examen de opción múltiple como la evaluación universal, es partir de un error y de una simplificación absurda.

Luego de estudiar a detalle el contenido de dicha prueba, expresó que una parte considerable, de alrededor de 50 por ciento, pide respuestas textuales a partir de una serie de opciones derivadas del plan 2011 y del acuerdo 592 –que establece la articulación de la educación básica–, lo que implicaba aprenderse de memoria este documento como si fuera la fuente de la verdad.

Una de las preguntas fue la siguiente: Seleccione los componentes curriculares que corresponden al programa de español y las respuestas son: 1) temas de reflexión 2) ejes, temas y contenidos 3) bloques con tres ámbitos 4) bloques con tres ejes de enseñanza”.

Lo anterior, dijo, no dice nada respecto de si un maestro trabaja bien en español; en cambio, lo que implica es acordarse de memoria de un referente confuso, difícil de manejar y con distribución muy reciente, pues el plan 2011 tenía muy escasa difusión al momento de la aplicación del examen, el 24 de junio y el 6 de julio pasados. De manera que la evaluación universal es una prueba extraordinariamente inútil para detectar conocimientos y competencias fundamentales.

Urge dar un cambio de timón

La especialista del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la Universidad Nacional Autónoma de México, Catalina Inclán, coincidió en afirmar que es urgente que la siguiente administración realice un cambio de timón y se dé el tiempo para hacer una propuesta integral que reconozca las particularidades de las entidades y los problemas locales: Reconsiderar la era de la evaluación es lo más pertinente que puede hacer quien se siente a dirigir el sistema educativo, subrayó. Es una vergüenza que cuando existe toda una discusión sobre lo delicado que es evaluar a la docencia se simplifique y remita la evaluación sólo a exámenes, añadió.

No obstante, dicha política ha servido para “poner a los maestros como carne de cañón y decir: ‘miren, la culpa es de los individuos, no del sistema’, cuando el problema tiene que ver con las malas decisiones que se tomaron desde la SEP. A esta administración ya le gustó la exhibición pública, mientras no sea la de ella”, aseveró.

La experta indicó que si lo que se quiere es mostrar que los docentes requieren apoyo en muchos de los contenidos, es muy fácil hacerlo, porque con las pruebas existentes ya se sabe qué es lo que se necesita. Por ello, no tiene caso continuar con evaluaciones que, además de generar costos más altos que sus beneficios, tienen un resultado bastante predecible.

Y mientras hay experiencias latinoamericanas que advierten de la necesidad de implementar otras formas de evaluación pensadas en el trabajo docente, aquí, lo único que se ha hecho desde hace dos sexenios es limitar la posibilidad de incorporar otros criterios para valorar lo que sucede en el sistema, señaló.

Para la profesora-investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana, Claudia Santizo, la evaluación universal no toma en cuenta las especificidades de cada docente, por ello cuestionó cuánto tiempo tardará el sistema para implementar medidas que realmente pongan remedio a las deficiencias.

Por otro lado, destacó que antes que gastar en estas pruebas, existe una lista de necesidades en las escuelas, por lo que la nueva administración tendría que replantearse las prioridades del gasto. Por ejemplo, dijo, hay planteles que con los escasos recursos que tienen apenas logran juntar para comprar cursos que no están avalados por su calidad, pero que al ser parte de esta política se ven obligados a seguir.