La educación como control y como negocio

La jornada de oriente Guillermo Aragón Loranca - 1/11/2011 Ver el artículo original

En realidad no han causado gran sorpresa las recientes declaraciones del asesor de la Dirección de Políticas de Desarrollo, del Programa de la ONU para el Desarrollo, Bernardo Kliksberg, respecto a que está demostrado que el 80 por ciento de los jóvenes mexicanos, entre 15 y 30 años de edad, son excluidos de manera sistemática del sistema social actual, debido a las medidas neoliberales que se aplican desde los años ochenta. De acuerdo con sus declaraciones, mientras en América Latina el promedio de la población en estado de pobreza es del 30 por ciento, en el caso de México el 50 por ciento de su población se encuentra dentro de esos niveles de pobreza y marginación.

Esta declaración emitida desde un organismo internacional, caracterizado no precisamente por su izquierdismo, como es la ONU, viene a contradecir las cuentas alegres y los pronósticos optimistas del actual gobierno en el sentido de que “los indicadores macroeconómicos están bien”; que la “economía mexicana está blindada frente a los problemas del dólar y del euro” y de que “la vida nos está cambiando”; en fin, toda una serie de mensajes mediáticos que pretenden que veamos la realidad diferente a la que se vive cotidianamente. Pero lo más importante de la declaración de este alto funcionario es que toca directamente una herida que se pretende ocultar a los ojos de la sociedad: la incertidumbre y la fatalidad social como destino de los millones de jóvenes excluidos del mundo de trabajo y de la educación, a los que el sistema está condenando de antemano y no sólo eso, además los estigmatiza con el calificativo de “ninis”, como si ellos por su propia voluntad se encontraran en ese callejón sin salida en el que el sistema los trata de meter.

A los jóvenes hay que controlarlos con un sistema educativo caro y selectivo en el que sólo pueden entrar los que estén dispuestos a integrarse al mismo sistema que los excluye, aunque tengan que endeudarse (tal es el caso de Chile, en donde cinco años de estudios en las universidades privadas, las únicas que hay, significan 15 años de deuda para el joven egresado). Si no se pueden controlar por ese medio, entonces hay que meterlos al sistema esclavista del trabajo, llamado “flexibilidad laboral”, que significa aumento de las cargas de trabajo, ningún derecho ni seguridad social, impunidad patronal para correrlos a su conveniencia, etc. Y si tampoco eso funciona queda el camino de la violencia: o son reclutados por el narcotráfico que les ofrece una vida llena de violencia a través de la cual puedan sentirse “alguien”, con emociones intensas y un enorme poder. Al otro extremo está la propuesta de hace algunos meses de un gobernador del oriente del país que abiertamente propuso que a los ninis había que meterlos a fuerza en el Ejército para combatir al crimen organizado, aunque luego se retractó para decir que su enrolamiento sería “voluntario”. La constante reducción del presupuesto a la educación y los recortes a los subsidios universitarios son la agenda de ruta para llegar al modelo chileno, el mismo modelo que se está pretendiendo imponer en Colombia y en México; ¿Qué tendrán en común estos tres países?

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