Voces de la educación


La pobreza en México creció poco más de tres puntos porcentuales en tanto la indigencia 2,5 por ciento (CEPAL 2009, 54). La corrupción en México aumentó, entre 2008 y 2009, al caer de la posición 72 a la 89 (de 180 países) y de 3,6 a 3,2 puntos (en escala de 0 a 10) según el prestigiado índice de percepción de corrupción publicado la semana del 17 de noviembre (Transparency International, 2009).

Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), y con base en un cuestionario de percepción aplicado a directores de 22 países, los educandos mexicanos de secundaria asisten a escuelas donde los directores respondieron que los siguientes rasgos inhiben (con una gran distancia respecto de las escuelas de otros países) los procesos de enseñanzaaprendizaje: ausentismo, retardos y poca preparación pedagógica de los docentes; uso o posesión de drogas y alcohol en los estudiantes, retardos de estudiantes; bravuconería de estudiantes en contra de compañeros y maestros, desorden, engaño o trampas, vandalismo y robo (OCDE, TALIS, 2009, 39-40).

Una población bien educada y con un buen gobierno no sería tan pobre e indigente, no viviría en la inequidad, no mostraría tanta corrupción, no desplegaría rasgos culturales que inhiben el aprendizaje y obstaculizan la convivencia, no robaría tanto, no viviría con tanta inseguridad, no despreciaría, desdeñaría, ni agotaría los recursos naturales que le sostienen y sustentan. Por ello, cuando escuchamos, como lo afirmó el secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, que la calidad educativa mejora, es en realidad una afirmación que se pasea en los escenarios de la retórica y el sinuoso lenguaje de la política para obnubilar la realidad de verdad de la política educativa en México. Sin embargo, como diría Don Quijote, “la verdad […] anda sobre la mentira, como el aceite sobre el agua”.

Y la calidad educativa en México no mejora porque la política educativa deambula por caminos equivocados. No hemos reconocido los verdaderos problemas detrás de los bajos resultados de aprendizaje de los niños y jóvenes mexicanos. La pobreza e inequidad, y por tanto, los bajos niveles socioeconómicos de los educandos y sus familias son la principal causa de retrasos, deficiencias y rezagos. Nunca lograremos la calidad sin mejorar la equidad en todos los aspectos de la vida de los individuos. Somos un país que permite niveles inaceptables de inequidad, pobreza e indigencia.

El sistema educativo que por décadas formó a líderes, trabajadores, empresarios, desempleados, intelectuales e iletrados, sirvió, por un lado, para perpetuar la pobreza y, por el otro, para segregar al país. En estas condiciones es banal, trivial, retórico y sarcástico conmemorar con pompa pantagruélica los centenarios de las revoluciones sociales de México.

Tampoco lograremos la calidad educativa mientras no mejoren las reglas de atracción y formación de maestros, en tanto los niños de México no tengan la oportunidad de asistir a escuelas del mismo perfil y calidad y sean criados desde los cero años de edad (menos un año de edad en realidad), por familias y hogares que cuenten con un buen remanso cultural, nutritivo, social y educativo. Necesitamos democratizar las relaciones laborales en la educación. La mejor forma de honrar al maestro —y de elevar su voz— es otorgándole la libertad de participar, o no, en los sindicatos, con su voto o sin él, con sus cuotas o sin ellas. Como el maestro decida y no como los líderes acuerden en sus arreglos para salvar al país o a la educación.

Ninguna institución democrática debe ser gobernada ni liderada por personajes sempiternos, por más “a-la-Pericles” que sea la grandeza de su mentor. Cualquier nación democrática necesita sindicatos, son parte de una ingeniería institucional de chequeo y balance para que nadie se salga del corral; así como de un derecho legítimo de expresión y fuerza. Pero los sindicatos también deben ser democráticos, vivir en la competencia de las ideas y en el triunfo de la democracia y no en el plató de los acuerdos y canonjías de los estados y gobiernos.

Aunque parezca que no hay correlación alguna, sindicatos democráticos y transparentes —no importa cuán fuertes— elevarán el nivel de aprendizaje de los alumnos. Nuestros niños nunca aprenderán Civismo y Ética por la decisión de incorporar en los planes, programas de estudio, libros de texto la formación cívica y ética; aprenderán esto si los adultos con quienes se relacionan —y quienes son sus mediadores— son realmente democráticos, transparentes y éticos.

Cuando uno lee las preguntas y posibles respuestas de la Evaluación Nacional del Logro Académico en Centros Escolares (ENLACE) 2009 para la asignatura “Formación cívica y ética” no puede concluir más que un sesgo cultural y preconcebido de valores cívicos y morales. Las preguntas de dicha prueba navegan en contra del pensamiento crítico de alto orden que tanto se promueve y enarbola en los currículos o planes y programas de estudio del Siglo xxi. Por un lado les decimos a maestros y educandos “piensen críticamente”, “sean profundos en sus juicios” y, por el otro, los evaluamos con demostraciones reduccionistas y simplistas del conocimiento y los aprendizajes.

Nunca lograremos la calidad educativa mientras se mantenga la visión miope respecto de la evaluación educativa y la rendición de cuentas. Este afán obsesivo de las autoridades nacionales y algunas estatales, de centrar el tema educativo en “números del Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes (PISA) o metas ENLACE” hará un tremendo daño a la educación. Me horroriza el culto fanático por usar los exámenes estandarizados como la panacea de los problemas educativos de México. Es como tratar de “nutrir el árbol regando sus hojas en lugar de sus raíces”. La información que se desprenden de ENLACE y PISA son un insumo adicional para mejorar ciertos aspectos de la enseñanza-aprendizaje.

Reza un proverbio Persa: “No creas todo lo que escuchas porque muchas veces crees lo que no es cierto”. El secretario de Educación Lujambio nos dice que, con base en enlace de 2006 a 2009, los niveles de logro de los estudiantes de secundaria en México han mejorado (http://enlace.sep.gob.mx/ba/docs/presentacion_comparativo.pdf), cuando la misma Secretaría de Educación Pública (SEP), en su portal electrónico dedicado a enlace, afirma que los resultados de secundaria en 2009 no son comparables con otros años, porque “el examen cambio [sic] de perfil” (http://enlace.sep.gob.mx/ba/?p=caracteristicas).

Además de eso, la literatura sobre medición educativa es muy cautelosa e incrédula cuando se reportan cambios ascendentes en la introducción de pruebas estandarizadas de aplicación censal, porque la sospecha de inflación de resultados es contundente, sobre todo si dichos exámenes son de alto impacto (es decir, con consecuencias importantes para los alumnos, maestros o escuelas). En estos casos no es que aumenten los aprendizajes sino que crecen las habilidades o mañas o trampas de maestros y estudiantes para presentar las pruebas.

El gobierno de Calderón perdió la oportunidad de realizar la transformación educativa que presume. Esperemos que los próximos líderes entiendan bien que los cambios deben ser de raíz. Los mexicanos fuimos capaces de colocar en la silla presidencial, o en las curules del congreso nacional, a políticos que quieran realmente el cambio educativo de México.

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